Un pastelero, una infanta bastarda, un confesor, un trepa y el heredero de la corona portuguesa en… “EL GRAN IMPOSTOR”

¿Cómo un pobre oficial pudo llegar en tres meses a prometerse con la sobrina de Felipe II? ¿Y cómo se atrevió a mantener en todo aquel proceso una actitud entera, y aún retadora, con personas tan influyentes como don Rodrigo de Santillán? ¿Por qué Simón Ruiz, el mercader más adinerado de Medina del Campo, le hacía llevar comida en vajilla de plata a la cárcel donde lo recluyeron?

Sebastián de Portugal

PERSONAJES:

Sebastián de Portugal (1554-1578)

Sebastián de Portugal (1554-1578), hijo póstumo del infante Juan Manuel de Portugal (hijo de Juan III el Piadoso) y la infanta Juana de Austria (hija de Carlos V), nacido heredero de la corona portuguesa.
Su muerte sin descendientes provocó la crisis sucesoria que desembocaría en la cesión de la corona portuguesa a Felipe II de España.

Gabriel de Espinosa 

Pastelero de Madrigal de las Altas Torres, donde se instaló desde junio de 1594 con Inés Cid, una gallega de 27 años.

Menudo, pelirrojo y de carácter orgulloso, dominaba el castellano, el portugués, el francés y el alemán. Mostraba una gran facilidad de palabra y una impresionante destreza en la monta de caballos, virtudes más propias de un caballero que de un simple artesano.

La leyenda apunta a que pudiese ser hijo de don Juan Manuel de Portugal, padre del rey don Sebastián, y de María de Espinosa, una doncella de los marqueses de Castañeda, nacida en Madrigal, que les acompañó a Lisboa. Por tanto, Gabriel sería hermanastro del rey don Sebastián.

Fray Miguel de los Santos

Fraile que había sido desterrado de Portugal y enviado a Castilla por Felipe II como consecuencia de haber ejercido en Portugal como confesor del rey don Sebastián y de haber apoyado en las disputas de sucesión al prior de Crato*, y haber contribuido a la difusión del “sebastianismo”. Amigo íntimo de doña Ana de Austria. 

Doña María Ana de Austria

Hija natural de Juan de Austria (y, por consiguiente, prima de Sebastián) enviada con tan solo seis años al monasterio de Nuestra Señora de Gracia la Real de Madrigal, perteneciente a la Orden de San Agustín. 

Don Rodrigo de Santillán

Alcalde de Valladolid, trepa y oportunista.

Felipe I de Portugal

Felipe II, futuro Felipe I de Portugal 

 

Batalla de Alcazarquivir (1578)

Desde la conquista de Tánger en 1471, el monarca Sebastián quería hacerse con gran parte del norte de África. Estaba muy interesado en conservar la posición de su país en esa zona contra los emires enemigos, pertenecientes a la dinastía Saadí. 

Su tío Felipe II de España se había reunido con Sebastián para disuadirle de llevar a cabo la expansión territorial en la parte norte de África, pero no le hizo caso. La gran flota que partió de Belem el 24 de junio de 1578, con más de ochocientas naves entre grandes y pequeñas, llevaban un total de 20.000 hombres. Portugal sola, con su diminuta población, no era capaz de reunir tal cantidad de hombres. Alrededor de una cuarta parte del ejército eran voluntarios de todos los países cercanos del occidente europeo, incluido un contingente de España, que embarcó en Cádiz.

Los tres jefes militares de la batalla, los llamados «tres reyes», corrieron el peor de los destinos. Abd al-Malik, un hombre joven de treinta y cinco años, que ya estaba seriamente enfermo, murió durante la batalla; Al-Masluk pereció ahogado cuando intentaba escapar; y el rey Sebastián se dio por desaparecido, pues su cuerpo no pudo ser identificado en el campo de batalla.

Sebastián entró en la leyenda como un gran patriota, el “rey durmiente” que retornaría para ayudar a Portugal en sus horas más difíciles, dando lugar al movimiento místico-secular llamado Sebastianismo. Durante el periodo de unión con España, entre 1580 y 1640, cuatro pretendientes afirmaban ser el rey Sebastián; el último de ellos, que en realidad era un italiano, fue ahorcado en 1619.

De forma oficial, los “despojos irreconocibles, calcinados” del rey portugués habían sido rescatados por su tío Felipe II. El 11 de noviembre de 1578, tres meses después de la derrota, fueron conducidos a Ceuta y en 1582, el duque de Medina Sidonia, por orden de Felipe II, condujo las cenizas a la iglesia de Belem, en Lisboa.

Dos años más tarde y ante el vacío de poder en el trono luso provocado por la muerte del cardenal Enrique I el Casto, el tío abuelo de don Sebastián y que actuaba como regente desde la trágica empresa marroquí, Felipe II, uno de los pretendientes a la corona —era hijo de Isabel de Portugal—, decidió acabar por lo bruto con la crisis de sucesión: invadió y anexionó Portugal a la Corona castellana.

La conspiración

Gabriel de Espinosa era un hombre de aspecto noble, de exquisitos modales, con el rostro marcado por cuatro cuchilladas. Había aparecido en Madrigal de las Altas Torres (Ávila) como cocinero de pasteles de carne y empanadas, aunque apenas atendía el obrador, donde otros trabajaban para él. Él tenía asuntos más altos de que ocuparse. La suerte quiso que allí se encontrase con el fraile agustino Miguel de los Santos, que había sido confesor en la corte de Lisboa y desterrado en Castilla por predicar, tras la catástrofe de Alcazarquivir, los derechos de otro aspirante al trono.

Fray Miguel de los Santos fue el auténtico azuzador de toda la intriga: embaucó a Espinosa e hizo que interiorizara a la perfección su papel de rey en la sombra, prometiéndole un enlace matrimonial con Ana de Austria. El fraile convenció al pastelero de que era idéntico a Sebastián e hizo de alcahuete para comprometer a la infanta Ana en matrimonio con “su primo”, que la sacaría del tedio conventual y la llevaría a reinar en Lisboa.

En 1594, empezó a divulgarse por la Península la noticia de que el rey Sebastián estaba vivo y bien, y vivía en Madrigal, y empezaron a llegar caballeros “muy galanes, con cadenas de oro”, que veían al pastelero, reconocían en él al monarca y caían de hinojos. 

Parece ser que el pastelero, que había llegado a Madrigal hacía sólo tres meses, aceptó estos planes con el fin de medrar en su vida o, según otras opiniones, por tratarse del propio rey don Sebastián, como afirmó hasta su muerte.

De modo que cuando doña María Ana conoce a Gabriel, la religiosa, bien por creer realmente que se trataba de su primo Sebastián o por ver la posibilidad de abandonar el convento, aceptó los planes de fray Miguel y se prometió en matrimonio con el pastelero, aspirando en la maniobra a ocupar en el futuro el trono de Portugal. La necesidad de conseguir la dispensa papal, un trámite que ella consideraba fácil de conseguir por ser solicitada por un monarca, hizo que el trío iniciara una serie de contactos con nobles portugueses, que también reconocieron en el pastelero al añorado rey desaparecido y apoyaron el plan, iniciándose una serie de reuniones clandestinas para establecer las pautas a seguir.

Fue entonces cuando doña María Ana entregó todas sus joyas al pastelero para conseguir los caudales necesarios con que iniciar los trámites y cuando Gabriel viajó hasta Valladolid para realizar la venta, aunque su falta de tacto y su burdo comportamiento hizo que terminase retenido en el calabozo y que una investigación descubriera toda la trama.

La conspiración apenas duró unos meses. Sometido a tormento, el pastelero confesó ser hijo de padres desconocidos, un expósito arrojado a la puerta de una iglesia, que se había ganado la vida como soldado en Portugal y como tejedor de terciopelo, y había vagabundeado por Valladolid, Pamplona y Madrid, escurriendo el bulto a la justicia por alguna muerte que debía. 

Durante el proceso judicial que se extendería un año, el agustino terminó confesando (bajo tortura) que fue él quien persuadió a su títere y que la trama de la resurrección del rey don Sebastián, con la complicidad del prior de Crato, se explicaba en el disgusto que le produjo ver cómo el reino de Portugal había sido anexionado a la Corona española.

El alcalde de Valladolid, don Rodrigo de Santillán, que estaba acosado por las deudas, encontró en el caso una oportunidad para obtener el favor real y la encomienda soñada por los altos funcionarios, lo que motivó que se saltase todas las jerarquías y se pusiese en contacto directamente con el rey para ganar notoriedad. 

Después viajó con sus alguaciles a Madrigal, encerró a doña María Ana en sus aposentos, se incautó de todos los documentos y detuvo a fray Miguel, que reveló que el pastelero era en realidad el desaparecido rey don Sebastián. A continuación, inició la instrucción de un proceso contra los tres detenidos, que fueron acusados de intentar suplantar la personalidad del rey.

El proceso Madrigal

Durante el proceso, que fue seguido directamente por Felipe II desde la corte, los acusados fueron repetidamente interrogados, a veces bajo tormento, como era habitual, adoptando don Gabriel un ambiguo comportamiento al declarar en principio su intención de suplantación y afirmar posteriormente con rotundidad que realmente era el rey don Sebastián. Finalmente recibió la dura sentencia de morir en la horca. Por su parte Inés Cid, en calidad de cómplice, fue azotada y desterrada de Madrigal, de donde salió sin dejar rastro.

Don Gabriel de Espinosa fue ahorcado en Madrigal el 1 de agosto de 1595. Durante su ejecución se mostró altivo, pues él mismo se colocó la soga al cuello y denunció con cólera a don Rodrigo de Santillán, el hombre que le detuvo en Valladolid. Consumada la condena, su cuerpo fue posteriormente decapitado y descuartizado, siendo expuesta su cabeza en el Ayuntamiento de la villa y sus despojos en las cuatro puertas de la muralla de la ciudad. 

Asimismo, fray Miguel de los Santos fue ahorcado en la Plaza Mayor de Madrid, donde defendió hasta el último momento en el patíbulo su firme convencimiento de que el pastelero era verdaderamente el rey portugués, del que antaño había sido confesor. Igualmente, su cuerpo fue descuartizado y sus restos devueltos y expuestos en Madrigal.

Doña María Ana fue la única que se libró del cadalso. Permaneció encerrada hasta que su primo Felipe III subió al trono y le otorgó el perdón, retornando de nuevo al convento de Madrigal, donde llegó a ocupar el cargo de priora. El 8 de agosto de 1611 fue nombrada Abadesa Perpetua, la mayor dignidad eclesiástica de la época, del monasterio de las Huelgas Reales de Burgos, donde realizó una obra muy apreciada en la historia de la abadía, en la que falleció a finales de 1629.

El suceso ha pasado oficialmente a la historia como una conspiración política en la que un portugués encontró en la suplantación una vía para devolver la independencia a su país natal, junto con un impostor que, seducido por su afán de riqueza y poder, le siguió el juego, y finalmente una mujer deseosa de abandonar la vida religiosa a la que había sido forzada. Estas tres personalidades, unidas por el azar, darían lugar a uno de los episodios más controvertidos y misteriosos de la historiografía española.

Quizás todo fue un ardid, un frustrado complot de tres personajes a los que la casualidad unió en un mismo destino, pero siempre nos quedará la pregunta ¿y si de verdad hubiera sido el rey?

POSTDATA

En el Archivo General de Simancas se conserva el proceso del “Pastelero de Madrigal”, o Proceso Madrigal. Este proceso fue declarado materia reservada y secreto de Estado por el duque de Lerma el 23 de septiembre de 1615, con lo que no pudo ser investigado hasta que, a mediados del siglo XIX, se levantó el secreto procesal.

(*) Luis de Portugal (Abrantes, 3 de marzo de 1506-Lisboa, 27 de noviembre de 1555) Infante de Portugal e hijo de Manuel I de Portugal y de la infanta María de Aragón, fue 5.º duque de Beja, condestable del reino y prior de la Orden de San Juan de Jerusalén, con sede portuguesa en Crato. Contrajo matrimonio en secreto con Violante Gomes, con quien tuvo un hijo natural: Antonio (1531 – 1595), que fue pretendiente al trono portugués con el nombre de Antonio I y constante rival de su primo, Felipe II de España.

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