«Quanta rariora, tanta meliora».
Cuanto más raro, mejor.
Con estas palabras, el emperador Maximiliano II de Habsburgo, primo hermano de Felipe II de España, envió a su embajador en Madrid a buscar rarezas preciadas, objetos extraordinarios de la naturaleza o de la obra del hombre, sobre todo procedentes del Nuevo Mundo.
Los comerciantes no solo traían de sus viajes intercontinentales a los mercados europeos especias exóticas y maravillosas telas y porcelanas de China o Japón, sino que además traían conchas de nautilus, perlas, corales, marfil, cuerno de rinoceronte, huevos de avestruz, y cocos de mar de las Seychelles, por ejemplo.
Maximiliano II
Estos objetos que le llegaban al emperador de las llamadas Indias, ya se tratara de América, África o la China, pasaban a engrosar la colección que albergaba la cámara de maravillas de un monarca que se preciara como tal. La posesión de una colección ecléctica y representativa de manera global del mundo era expresión propia del dominio de dicho mundo por parte del gobernante.
Ya Maximiliano I emperador, padre de Felipe el Hermoso y ancestro de Maximiliano II de Habsburgo, consideraba que adquirir conocimiento secreto y experiencia del mundo era una de las obligaciones del buen monarca, indispensables si quieren seguir gobernando, con el fin de saber más que los príncipes y los súbditos, de manera que aquellos sigan siendo gobernados. Cuanto más conocimiento recababa y coleccionaba el monarca sobre el mundo, mayor era su aparente control sobre su reinado.
Maximiliano I
La cámara de maravillas se crea, así, para representar una imagen lo más completa posible del mundo visible. La cámara de maravillas albergaba aparatos de gran virtuosismo y creatividad, muy extraños; artesanía de tierras lejanas, vestigios del pasado remoto, medallas de retratos de personalidades pasadas y presentes, herramientas ingeniosas, instrumentos científicos, autómatas y relojes que la convertían en una imagen especular de la creación divina, un microcosmos reunido por el hombre como reflejo del macrocosmos creado por Dios. El conocimiento técnico no solo estaba ligado al poder político, sino además a la moralidad y la sabiduría. Hubo una larga tradición de asociar la ciencia y la virtud. Los relojes, por ejemplo, fueron un atributo de la más noble virtud cristiana, la templanza. En el caso de los Habsburgo, la cámara de las maravillas (Wunderkammer) ayuda a legitimar su soberanía divina del Sacro Imperio Germánico.
Aparte de la caza, el mayor entretenimiento de la aristocracia y monarquía, los logros científicos eran en sí mismos una forma privilegiada de entretenimiento.
La creciente popularidad de los instrumentos científicos como símbolos de poder y estatus queda manifiesta en su decoración suntuosa y los metales preciosos utilizados para su construcción.
Tras la muerte de su padre Maximiliano II en 1576, a la edad de 24 años, Rodolfo asumió las coronas del Sacro Imperio Romano Germánico y de los reinos de Bohemia y de Hungría. En 1583, Rodolfo decidió asentarse en Praga.
Rodolfo II
En el siglo XVI, Praga era una ciudad neutral y tolerante, donde se concentraba el poder político, así como una gran cantidad de dinero, y donde mucha gente rica levantaba sus palacios para asentarse en ella. Se convirtió igualmente en un centro europeo para las ciencias naturales, lo que era respaldado por el emperador Rodolfo II. Éste se interesaba sobre todo por la alquimia, disciplina que había conocido a la edad de once años en la corte de Madrid. Además de las ciencias, Rodolfo II era aficionado a las artes y reunió en Praga una amplia colección de pinturas y de otras obras artísticas.
Praga, bajo el reino de Rodolfo II, se convirtió en el centro cultural de Europa y el ala norte del castillo de Praga en un gigantesco museo, una enciclopedia del mundo. En este sitio el monarca juntó un sinnúmero de objetos que le ayudaban a entender el pasado y el presente de la humanidad: más de tres mil obras de arte de los maestros más célebres, artesanías, distintas plantas y minerales, juguetes mecánicos o los huesos de un gigante, entre muchas otras cosas
En la colección de Rodolfo II había curiosidades chinas, egipcias, africanas, orientales y piezas relacionadas con la magia, como un diablillo de cristal para prácticas nigromantes, mandrágoras, piedras bezoares o una copa de cuerno de rinoceronte con otra piedra bezoar dentro. También reunió fetos malformados, gorros de supuestos gnomos, varitas en teoría mágicas e instrumentos extraños que, ensamblados, podían producir movimientos perpetuos, enormes gusanos, imanes, clavos de hierro que se pensaban procedentes nada menos que del arca de Noé, relieves de cera, autómatas sofisticados, lujosos recipientes y aparatos científicos de todo tipo, joyas muy valiosas, como la Gema Augustea que perteneció al Duque de Berry, y trabajos en coral.
Uno de los grandes legados del emperador alquimista fue el «Gabinete de las Artes y las Maravillas», en el que atesoraba su colección de reliquias y otros objetos considerados «mágicos». En sus cientos de gabinetes, Rodolfo II llegó a reunir medallas, amuletos, cruces, péndulos, armas, piedras preciosas y otros objetos a los que el emperador atribuía poderes sobrenaturales. Entre ellos se encontraban la supuesta vara con la que Moisés separó el Mar Rojo, barro con el que Dios moldeó a Adán o figuras del Antiguo Egipto.
Otras colecciones reales
Además de la colección de Rodolfo II, destacaron en la familia Habsburgo las colecciones pertenecientes a figuras de poder como las de Margarita de Austria (tía de Carlos V emperador) en Malinas o el Archiduque Fernando II (primo hermano de Rodolfo II) en Innsbruck.
El médico Samuel Quiccheberg (1529-1567) establecía una división en cinco categorías de la cámara o gabinete de las maravillas: un primer espacio dedicado al fundador y creador del mismo; un segundo, los artificialia, objetos manufacturados en su más amplio sentido; le seguía el espacio dedicado a la Naturaleza o naturalia; el que ocupaban las ars mecchanicae (instrumentos musicales, herramientas, máquinas…); y un último apartado de difícil concreción, en el que se mostraban representaciones del conocimiento humano, a través de pinturas y otros medios.
Se pensaba que, a través de la interacción visual y táctil con esa miríada de objetos del mundo, se podía obtener nuevo conocimiento más fácilmente que a través de la palabra escrita.
Eso es justo lo que nosotros pensamos de nuestras cartas respecto al conocimiento de la historia.
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